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(Del libro Ñuñohue de Rene Leon Echaiz)



El verano de 1533 era testigo del arribo de un grupo de españoles castellanos, a lo que denominaron el Valle del Mapocho. Alrededor de doscientos castellanos infantes y de a caballo y, unos setecientos indios y yanaconas traídos del Perú, con sus mujeres e hijos, constituían la expedición conquistadora del territorio denominado por los indios como Chillí. Pedro de Valdivia jefe de esta expedición instalado en su campamento, en este valle, desea conocer toda la comarca antes de tomar resoluciones definitivas, a cerca del lugar donde fundaría la primera ciudad producto de la conquista y, comenzar así el asentamiento de los nuevos dominios del rey de España, Carlos V.

Para lograr el conocimiento de la comarca envió a sus oficiales acompañados de soldados castellanos y algunos indígenas, hacia los cuatro puntos cardinales. Una de estas avanzadas se encamina por la margen norte del río Mapocho, en dirección oriente. Los jinetes llevan aspecto sucio y cansado. Varios meses anduvieron desde el Cuzco, para llegar a este valle. Sus vestimentas ya descoloridas por el sol, como las casacas atadas a la cintura, pantalón corto con gareta o jareta y borceguíes de cuero llenos de polvo, es su única indumentaria, que muestra el abandono, por el tiempo transcurrido. Indios locales con ligeras vestimentas de lana y calzando ojotas, trotan a pasos cortitos, a la par de la columna. Auxilian a los hombres y con sus brazos hacen señas indicando el camino que debe seguir la avanzada. El jefe a la cabeza de ésta, cabalga junto al indio lenguaraz traído desde el Perú.

Ellos deberán echar vista de ojos sobre los campos que se extienden hacia la cordillera. Han caminado más de una hora, por la margen izquierda del Mapocho y, sus ojos se sorprenden ante la fertilidad, la exuberancia y la belleza de los campos que corren hacia el sur. A una orden del jefe la columna se detiene. Este levanta su brazo en dirección al sur indicando la nueva ruta a seguir. La columna comienza a avanzar, para cruzar las cristalinas aguas del río e internarse por la apretada floresta, a través de estrechos callejones. En mudo silencio expectante y con curiosidad casi infantil, los castellanos escuchan a sus servidores indios que van dando nombres, que ellos repiten mecánicamente. Y así van surgiendo los robles, los canelos y los alerces. Las pataguas de gruesos troncos junto a puqios de agua cristalina, los espinos de retorcidas ramas, las fuertes lumas, guayacanes y boldos. Por todas partes comienza a aparecer una pequeña planta de tallos verde claro, coronados con racimos de sencillas flores de un hermoso amarillo orlado de escarlata que surgen en los claros del bosque, por entre la hierva y especialmente por las grandes llanuras que se extienden hacia el sudeste como una gran alfombra que se mece al ritmo de la brisa estival. El espectáculo es verdaderamente sobrecogedor y, los españoles consultan a sus indios, desde donde surge repetidamente el nombre de ¡Ñuño! ¡Ñuño! ¡Ñuño!.

Cada cierto trecho, surgen espacios abiertos entre la floresta que dejan ver rucas de indios que hacen señas de paz y, junto a ellos los sembradíos de ondulantes maizales, tabaco y papas. Los hermosos hueques o llamas, estiran sus largos cuellos y atisban a los caminantes, con sus pequeñas cabezas inclinadas.
 
Los españoles continúan su avance más allá de la floresta donde encuentra indios organizados que sólo ofrecen quinchas y batro, piedras y barro. Los caciques los reciben amistosamente, sin embargo los castellanos siguen su marcha. Vitacura, Apoquindo hacia el costado norte. Ñuñoa, Tobalaba, Macul hacia el sur. En uno de estos lugares, los españoles se detienen más largamente y el jefe pregunta al cacique, por el nombre de esta comarca, a la vez que indica con su brazo hacia el norte hasta el río Mapocho, al oriente hasta la cordillera y hacia el sur hasta los llanos de Maipo. El lenguaraz traduce al cacique y éste, por única respuesta dice:
- Ñuñohue.

El jefe español que no logra descifrar el significado de esta palabra, vuelve sus ojos hacia el lenguaraz como inquiriendo un comentario y el indio traduce:
- Ñuñohue… Lugar de ñuño, mientras con su mano señala las pequeñas florecillas de amarillo escarlata que crecen por doquier.

La columna sigue su curso mientras los españoles van repitiendo el hermoso nombre de la comarca, que parece resonar en el valle. Y seguirá resonando a través de los años y de los siglos, desgastándose y torciéndose con el uso, pero estabilizándose al fin:

Ñuñohue… Ñuñohua… ¡Ñuñoa!

 

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